Tengo una carpeta en el ordenador que se llama empresas, en la que pongo cada proyecto emprendedor que se me ocurre y que he estudiado para ver si debo convertirlo en una empresa. Con el que tengo ahora en estudio me salen 14 proyectos. La mayoría tras analizarlos los he desterrado: un bar de cocina vasca en 2003, un videoclub online en 2004, una agencia de traducciones online en 2005, etc.

Recuerdo que mi primer proyecto, que no está contabilizado en estos 14, fue un Telepizza en Córdoba cuando era estudiante y tras no atreverme a montarlo, un par de años después lo pusieron con gran éxito. En aquel momento me contagié con el virus del emprendimiento. Nada más acabar la carrera, cuando volví a Ciudad Real, busqué por todas las agencias de viajes quien me llevara a esquiar en grupo y me contaron que la agencia que más nieve había vendido, habían sido 3 plazas a Sierra Nevada. Yo no pensé que estaba en La Mancha, la zona más plana de España, que mi ciudad tenía tan solo 55.000 habitantes poco más o menos y que si habían vendido sólo 3 plazas es que no había mercado. Yo lo que vi era una enorme oportunidad de coger el hueco que nadie tenía. Así que llamé al novio de mi hermana y le dije que se uniera a mí montando un club de esquí. Así nació el Club de Ski Slalom. Mi primer proyecto emprendedor.

El club de esquí acabó siendo el club deportivo con más socios de Castilla-La Mancha y por pura lógica lo acabamos convirtiendo en algo más grande: mi primera empresa, Skiart, un turoperador andorrano que se hizo en tres años con el liderazgo en el mercado, siendo el receptivo en exclusiva de Viajes el Corte Inglés, Marsans, Marsol, Viajes Eroski, etc. Mi mayor éxito y mi mayor fracaso. Éxito por conseguir números en el mercado online a finales de los 90 que nadie tenía, por la calidad del servicio, por el volumen de las ventas y por la solidez del proyecto. Fracaso porque cometí todos los errores que ahora intento que no cometan mis emprendedores. Me asocié con el que ahora es mi excuñado, no hice pacto de socios y me quedé desprotegido, así que aprovechó mi debilidad y acabé teniendo que vender por muchísimo menos de lo que valía la empresa, con el corazón partido y un mandato que hasta ahora permanece: el dinero de la venta sería para crear nuevas empresas.

Mi siguiente empresa fue Tocar Balón, una empresa de deportes de equipo con entrenadores titulados para usuarios individuales, que tenía un producto residual llamado Chikitaka, que hacía lo mismo pero para los niños de los colegios. Tocar Balón no funcionó pero Chikitaka sí, así que aprendí que no hay que enamorarse de la idea y que la flexibilidad puede proporcionarte la clave del éxito. Con esta empresa conocí la asfixia financiera. Ganaba dinero pero cobraba tan tarde que ya no había quien me diera crédito. Recuerdo que todo el dinero que ganaba en la fundación, lo metía íntegro en la empresa para pagar los sueldos de los profesores, así que lo más sensato era cerrar y unir los beneficios a mi bolsa para crear empresas.
Posteriormente creé Selodigo, la primera plataforma de mensajes personales en sitios públicos: cabinas de teléfono, videomarcadores en estadios de fútbol, televisiones y radios. Un proyecto chulísimo que fundé con mis mejores amigos pero que no funcionó, así que lo cerramos cuando vimos que o no era el país o no era el momento.

Mi último proyecto me gusta tanto que he querido sacarlo a toda costa, pero sin renunciar a mi trabajo en la Fundación. Eso es una locura enorme, así que he pensado contratar un Venture Builder para que lo haga por mi, pero la cantidad de dinero que me cuesta va en contra los principios de bootstrapping (ser un ratilla) que predico a mis emprendedores, así que de momento, este proyecto duerme en la carpeta de mi ordenador.

* En la foto estamos Pilar, Javier y yo, los socios de Selodigo